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Aníbal Dionicius: “LAS CARRERAS QUE MÁS DISFRUTABA DE GANAR ERAN LAS DE BANDERA VERDE, POR EL HOCICO O VENTAJA MÍNIMA”


Sin dudas que Aníbal Dionicius (el papá de Débora, nuestra Campeona Mundial de box), fue uno de los mejores y más reconocidos jockeys de la historia del turf villaguayense. Desde su Villa Domínguez natal se proyectó arrancando como peón para luego comenzar a correr. La posterior radicación en nuestra ciudad fue justamente a través de su carrera como jockey. Ganó innumerables competencias en todos los rincones del país y fue protagonista de grandes clásicos. Debutó a los 13 años y casi un mes después, en su segunda carrera, se adjudicó el triunfo. Diario EL PUEBLO lo entrevistó de esta manera. 
 

- ¿Adónde naciste y cómo surgió tu pasión por los caballos de carrera?

- Nací en Villa Domínguez, en el hospital “Noe Yarcho” y me crié cerquita de ahí, en el Empalme. Como mi mamá tuvo que emigrar a otra ciudad por razones de trabajo, me dejó al cuidado de mis abuelos, que tenían un campito allí. Cuando tenía 11 años, fue a hablar con mi abuela el señor “Tata” Favre, quien tenía caballos de carrera y quería llevarme para que lo ayude. Al principio mi abuela le dijo que no, porque era muy chiquito y tenía miedo de que me lastime. Pero me quedé muy triste después al punto de que se me caían las lágrimas y le dije que me dejara ir, ya que me gustaba mucho y quería probar. Entonces la abuela aceptó y me fui con Favre. Demás está decir que yo me había criado en el campo, así que sabía muy bien lo que era montar a caballo o jinetear un novillo. Al principio me costó porque los caballos de carrera son musculosos, fibrosos y con lomo resbaladizo pero lo disfruté realmente. Así aprendí a cuidarlos y a variarlos hasta que después pude correr. 


- ¿Qué recordás del día del debut?

- Un jueves estábamos almorzando y “Tata” me dijo: “El domingo usted va a debutar corriendo en el hipódromo”. Yo tenía 13 años, por lo cual mi abuela tuvo que firmar el permiso para autorizarme. Hasta que llegó el domingo viví esos tres días con una gran ansiedad. La competencia (1.300 mts) fue en el hipódromo de Villaguay, corrí con una yegua (Rencal) y me fue muy bien, terminando en el 2° puesto entre 15 participantes. Antes de que se cumpla un mes de mi debut, se hizo en nuestra ciudad una carrera para jockeys aprendices (1.200 mts), donde obtuve mi primera victoria entre 14 caballos con una yegua (La Martita). Luego de un tiempo ya me vine a vivir al hipódromo de Villaguay, donde en aquella época había alrededor de 150 caballos. Ahí variaba y corría a ejemplares de distintos cuidadores (Omar Tournoud, Ángel “Negro” Ramírez, Protto, “Coco” Ríos). Corrí en todos los hipódromos e hiporrectas de la provincia de Entre Ríos y gracias a Dios puedo decir que gané en la totalidad de ellos y con caballos dificilísimos a los cuales nunca había montado. También en numerosas oportunidades corrí ejemplares para cuidadores de afuera: Villa Elisa, San Salvador, Gualeguaychú, Concordia, Gualeguay, Paraná. Y fuera de Entre Ríos corrí en Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero. Realmente obtuve muchísimos triunfos y las carreras que más disfrutaba de ganar eran las más apretadas, las de bandera verde (por el hocico o ventaja mínima), que se definían con el foto chart. Y las que más sufría eran las que perdía también de esta manera (risas).

- Siempre te costó mantener el peso.

- Sí, por mi altura yo era un tipo muy pesado y me costaba un sacrificio enorme llegar a los 57 kg el día de la carrera (con el equipo completo). Los días previos comía sólo ensaladas. Cuando mi familia estaba por almorzar yo no quería ni sentir olor a la comida, entonces me iba caminando hasta el hipódromo a varear. Corría el domingo y después de que terminaban las carreras, me comía todo lo que encontraba hasta el lunes al mediodía. Y el martes comenzaba a cuidarme nuevamente, era como una tortura. Dejé de correr a los 38 años porque se me complicaba demasiado dar el peso, me generaba tanta angustia que casi no podía dormir la noche previa. Cuando dejé de correr, al principio, me ponía muy mal por no poder estar arriba de los caballos, pero después me fui acostumbrando. Empecé a dejar gradualmente, primero abandoné los hipódromos y me dediqué sólo a las carreras cuadreras en el campo, ya que ahí podía correr con 60 y pico de kilos.

- ¿Cuáles fueron tus rodadas más bravas?

- La última rodada grave que tuve fue en San Salvador. Yo corría un ejemplar de Almada, un caballo bastante complicado. Fue a gatera llena, éramos 9, sobre 800 mts que tiene esa pista. Largamos y estaba ganando muy bien, tranquilo, no venía nadie cerca como para superarme pero faltando 150 metros para el disco el caballo se me plantó con toda la furia. Volé por encima del cuello y la cabeza del animal y no me acuerdo más de nada. Me desperté en el hospital. Me contaron otros jockeys que me desviaron y gracias a Dios no me pisó ninguno porque al venir puntero bastante lejos, pudieron maniobrar sus caballos y pasar por al lado. Me confié demasiado, porque al ser un caballo mañoso yo tendría que haberlo apurado o darle 2 o 3 palos para que siga corriendo bien de firme. Pero lo primero que iba a decir la gente si hacía eso era que estaba loco, porque ganando por 100 mts de diferencia no tenía ninguna necesidad de pegarle. Estuve internado hasta el otro día, sólo fue el golpe, por lo cual la saqué barata. En otras oportunidades me ha pasado porque o se trabó el caballo en las gateras o porque salió “mal pisado”. En Urdinarrain, yo ya había ganado con una potranca de “Coco” Ríos, estaba comiendo para festejar el triunfo y llegó un muchacho a preguntarme si ya tenía monta para el clásico, porque quería que yo le corriera su caballo. Acepté, nos fuimos y entramos a los partidores. Yo no lo conocía al caballo. Me acomodé, lo estribé y me preparé para cuando se abran las gateras, pero en el mejor momento (ya venía el portazo de apertura), se levantó en sus patas traseras y se dio vuelta para atrás, enterito (nunca había visto algo así). Gracias a la experiencia y la agilidad luego de tantos años de turf y a la rapidez visual, pude saltar hacia el costado y el caballo quedó tendido en el suelo. Entonces lo tranquilizamos, lo “caminamos” un rato junto a los dueños, lo acomodamos y entramos de vuelta a las gateras. Lo importante es que yo nunca tuve miedo, a pesar de lo que pasó porque de otra manera no podría haber logrado lo que hice en mi trayectoria, sino me quedaba en mi casa tomando mate o hubiera mirado las carreras de afuera. Al final largamos y ganamos una carrera bárbara. Pero el peor de todos los incidentes (porque terminé con la pierna quebrada) fue en unas carreras cuadreras en el campo, cerca de Colonia Bailina. Yo ya había ganado tres carreras cuando estábamos por largar otra y de repente se salió el caballo del cajón de al lado, tiró una patada y me la pegó en la pierna, quebrándome el peroné.

- ¿Cuál fue la alegría más grande que tuviste en tantos años de turf?

- Fueron tantas que no podría elegir una. Conocí muchas personas muy buenas e hice un montón de amigos, todavía la gente me reconoce por la calle. Pasé momentos hermosos en el turf, que es una excelente actividad y gracias a ella viven miles de familias en todo el país. Crié a mis hijos Débora y Andrés en los hipódromos. Después comenzaron a correr los chicos que andaban atrás de los caballos y hoy son jockeys, lo cual me enorgullece y siempre trato de orar por ellos para que corran bien y no les pase nada. Siempre me gustó hablarlos y aconsejarlos a ellos que recién empezaban en esta dura y exigente actividad.

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